Llego a casa, que la tengo hecha un desastre, y hago una bandera con el mantel de cuadros rojos y blancos que Raquel y yo compramos en el mercado de Santoña. El mástil es la fregona. La pongo en el balcón. La aguanta un armarito que cogimos el otro día de la basura (lo tiró algún vecino rico, además de tonto). En la vertical del balcón (pero hacia abajo) han montado el escenario donde está ensayando ahora mismo la banda que va a tocar esta noche (mucho viento, la banda: trompetas a esgaya; bien, me gusta, mi abuelo era trompetista) con motivo de las fiestas del Sol, aunque llueva. Me siento en la butaca con la puerta del balcón abierta, para escuchar mejor, y mientras enciendo el ordenador abro el paquete que he recogido hace apenas media hora de Correos: una edición encuadernada en pergamino de la memoria sobre las antiguas y modernas comunidades de pastos entre los valles de Campoo de Suso, Cabuérniga y otros del año 1878 firmada por su autor, Ángel de los Ríos y Ríos, de quien tengo, casualidades de la vida, un copiador de cartas de la misma época que compré cuando crío en un ropavejero de Ciriego (la memoria no, la memoria la he comprado por internet en una librería de Granada).
He quedado dentro de un ratuco con Veceru, para tomar unas cañas. Vamos a celebrar el fin de La Vecera, que lo teníamos pendiente desde hace tiempo.
Se enciende el ordenador.
Escribo esto que estás leyendo.
Hace mucho que no escribo en montañés, pienso.
ResponderEliminarLos tus leutoris, tamién echamos en falta qu'iscribas en montañés,y más, abora que a cáa güelta hay más genti pola redi que lu parla(solu dicite qu'hay un grupu de facebook de parlantis de cántabru con 78 presonas, asinacumu datu). Un abrazu.