Un buen amigo montañés me chivó hace tiempo una expresión terráquia (es decir, local) con mucho gancho (con mucho sabor, que se hubiera dicho en otra época; que miedo me da ser como los de siempre pero de otra manera): tener tarmeñu. La expliqué en su día aquí. Me previno, y con razón: "cuidáu que no acabes dijendo *tarmeñista en tal de funambulista, que ya mos cunocemos".
En una de las últimas entradas de este blog decía que hace mucho que no gasto montañés. Pero claro, ¿de qué montañés hablo? Mi montañés empieza a ser la variante occidental del cántabru, es decir, la variante que parece una aspiradora y que, entre otras particularidades, no termina los plurales en /-us/. Lo bueno: que el cántabru comienza a funcionar como estándar de facto (incluso por lo que tiene de frontón, es decir, de modelo "contra" el que construir una alternativa occidental, como ocurre cuando empleo plurales terminados en /-os/). Lo malo: que parece que esta variante montañesa del cántabru no es reconocida como propia por aquellos a los que se supone representa: los montañeses. ¿A qué se puede deber esta brecha? No lo sé, la verdad, pero deberíamos corregirla sin demora: no podemos renunciar a la construcción de un estándar, claro está, pero tampoco podemos soltar con ello las amarras del mundo de lo real (como "lo real" no deja de ser una construcción, voy a decir mejor de lo efectivo, que parece más neutro o estable). El referente debe ser lo que es, no lo que desearíamos que fuera (estamos hablando de respeto hacia lo que está del cráneo hacia afuera, pero lo que está afuera no deja de ser una proyección de lo que está del cráneo hacia adentro, es decir, de las ideas). Esto vale tanto para los neohablantes como para los hablantes patrimoniales. Ambos mundos tienen que converger, necesariamente (si es que ambos mundos comparten realmente un mismo objetivo: que el patrimonio lingüístico cántabro no muera). Es tan lógico que en un contexto urbano las palabras tradicionales sumen capas de significados inéditos (no tanto nuevos: lo inédito es lo que está pero todavía no se ha manifestado) como que estas capas inéditas no entierren a las originales (entendiendo por tales aquellas conservadas en los pueblos, que no quiere decir que sean las únicas posibles). El esfuerzo tiene que ser mutuo. Los neohablantes me consta respetan mucho a los patrimoniales, como no podía ser de otro modo. Pero los patrimoniales no acaban de ver claro quiénes son los neohablantes, hay cierta desconfianza hacia ellos. Que esto sea así no debe extrañarnos porque ni tan siquiera los neohablantes tienen muy claro quiénes son, dónde encajan. Faltan espejos en los que reconocerse a sí mismos (como a los bebés que les cuesta saber de quién son esos brazos y esas piernas que tienen). ¿Y quiénes somos (me incluyo) los neohablantes? En su mayoría, los hijos de los niños que se marcharon del pueblo de la mano de sus padres, nuestros abuelos. ¿Qué derechos tenemos? Todos. ¿Por qué? Porque somos y somos solo porque queremos ser. El patrimonio lingüístico, lejos de filiaciones genéticas, es, en último término, de quienes se interesen por él, que, a día de hoy, groseramente, se reducen a los que lo conservan en los pueblos y, en un contexto urbano, los que acabo de definir como neohablantes. Ojalá más adelante podamos sumar nuevas categorías, como por ejemplo los chinos que vengan a estudiar "modalidades lingüísticas locales" a la Fundación Comillas (¿os imagináis? no habría mayor garantía de supervivencia que el ponernos de moda entre los representantes de la punta de lanza del nuevo capitalismo, aquél que tiene mayores visos de éxito, el que suma el adocenamiento comunista a la rapiña capitalista). Todos somos porque queremos (incluidos los chinos, cuando quieran), ergo todos podemos, todos tenemos derecho (y la obligación, una vez somos conscientes de todo lo que está en juego) de poner lo mejor de nosotros mismos en la tarea (lo mejor no para unos pocos, para unos u otros, sino para todos).
Apurando a tope, el montañés es de quienes no lo hablan, porque dependiendo de lo que éstos decidan, si hablarlo o no, sobrevivirá o no.
Lo dicho me ha venido a la cabeza viendo este vídeo.
Por cierto, se ha creado una empresa cántabra con el nombre Tarmeñu S.L. Se dedica a las finanzas. El contexto no podía ser más contemporáneo. Casi tanto (en estos tiempos que corren) como el funambulismo.
Aclaro que *tarmeñista es una palabra que no existe, es una palabra inventada que no se debe utilizar.
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