Cuando yo era pequeño la bolera de Sopeña tenía una luz, la luz, compuesta por una bombilla con su lámpara colgando de un cable que iba de plátano a plátano, a la altura de la caja de los bolos. De noche se arremolinaban en derredor los ciervos volanderos. Los matábamos porque nos decían que de noche eran peligrosos, que sacaban los ojos, sobre todo yendo en bicicleta. Estaban en peligro de extinción, como muchas de nuestras palabras. Una noche decidimos acabar con todos.
No sospechaba que hubiera quedado uno. Lo encontré aplastado en el barrio de los cocheros.
"Demonius" lus llaman por Aju y Beranga
ResponderEliminarPaulu