domingo, 8 de diciembre de 2013

Pipianos

Los esquinales de las casas de la cuenca del Agüera, los muros que, partiendo del propio suelo o ya del primer piso (de tres que suele tener, incluyendo el desván), flanquean la fachada, protegiéndola de las inclemencias del tiempo (sobre todo a su carpintería), son denominados pipianos, cuya etimología se me escapa por completo. En La arquitectura popular en el Valle de Karrantza, libro que me compré ayer en Bilbao, se dice que los pipianos tienen su origen en los muros cortafuegos de las casas de las villas medievales de los ss. XIII y XIV. No me parece descabellado. Ahora habría que saber de dónde vienen los muros cortafuegos de las villas medievales. No me parece descabellado, decía, pero sí preocupante que tengamos que andar explicando las cosas a base de echar balones fuera: los esquinales de las casas montañesas o los pipianos de las casas de Guriezo resulta que ahora vienen de las casas de las villas medievales que a su vez proceden de... La búsqueda de los orígenes, de cualquiera, es infructuosa porque los orígenes no existen, solo los porqués. Es mejor hablar de concausalidades, creo.

Es a partir del s. XV o XVI que las casas comienzan a construirse en piedra, sustituyendo a la madera. Es un proceso común a toda la Europa atlántica. Es por este motivo que nuestras viviendas rurales más antiguas son de esta época, y no anteriores, no porque antes no hubiera viviendas, sino porque éstas no se han conservado. Quizá sí determinadas técnicas constructivas que ponen el acento en la madera, pero no las viviendas en sí (aunque quizá las viviendas de madera no pueda decirse que fueran "viviendas en sí", viviendas propiamente dichas, sino viviendas más próximas a lo que hoy entendemos por autocaravanas, quiero decir, viviendas que por su propia condición perecedera quizá estuvieran sujetas a las circunstancias de una entidad mayor, una entidad de ligazones no necesariamente materiales, la comunidad, con intereses variables, a los que una trama urbana de madera, de quita y pon, era fácilmente adaptable; esta capacidad de adaptación, en pueblos actuales como los de La Montaña, que ya no son de madera pero en los que la piedra solo es la carcasa, la piel que cubre o envuelve la lógica interior de madera, pueblos cuyas paredes caen con la misma facilidad que vuelven a ser levantadas, en pueblos como éstos, decía, la capacidad de adaptación a un entorno cambiante, la lógica de "la era de la madera", todavía está latente). La piedra sustituyó a la madera y desde entonces podemos estudiar la evolución de las viviendas, podemos seguir su rastro (lo que no quiere decir que hasta ese punto no hubieran cambiado nada): en la casa montañesa el alero se prolonga dando lugar a un portal que es protegido por dos muros, los esquinales, que se levantan acompañando a la casa cuando ésta suma una planta más y un balcón y de ahí en adelante. No tenemos claro el porqué de ninguna de estas transformaciones, ni siquiera la razón de los balcones, con todo lo claro que parece estar en los libros (los eruditos locales han allanado tanto el camino que lo han trocado irreconocible). Lo que está claro es que todos estos cambios (o evoluciones) denotan progreso.

El florecimiento urbano del s. XV encaja muy bien con las dataciones de nuestras casas rurales más antiguas. Encaja, mejor dicho, con el fin de "la era de la madera" y el triunfo de la piedra. ¿Tendrá que ver esta sustitución de un material, la madera, por otro, la piedra, con el florecimiento urbano medieval? ¿Tendrá que ver el progreso que deja traslucir la arquitectura tradicional con el impulso urbano que el Renacimiento trajo consigo? Es probable que sí. Dos ejemplos me vienen a la cabeza: el primero, el nacimiento de la denominada pasieguería, cuyo detonante fue, ni más ni menos, la venta ambulante por mercados urbanos castellanos de manteca (la vaca autóctona pasiega es productora no de leche, sino de grasa). El segundo es el de la sidra producida en los caseríos del s. XVI, época considerada de oro, la de los caseríos-lagar (tanto, que éstos se comenzaban a construir por el tolare, el lagar), pues ¿dónde se vendía, esta sidra, si no en los mercados de las villas? Los primeros testimonios de caseríos vascos están íntimamente ligados al comercio urbano. En las casas montañesas esta relación no es tan directa, pero es seguro que, no ya su mera existencia, pero sí su consolidación, su traducción en piedra, está también asociada (como la pasieguería o los caseríos vascos) de alguna manera, no sabemos todavía cuál, al esplendor del comercio urbano renacentista.

En definitiva, los pipianos puede ser cierto que procedan de los muros cortafuegos de las casas de las villas medievales, o también puede que sean una evolución de elementos previos provocada por condicionantes externos. No lo sabemos. Pero lo que sí es cierto es que toda la arquitectura tradicional de condición civil de la Fachada Atlántica, y Cantabria no es una excepción, comienza a ser de piedra en torno a estas fechas. ¿Por qué? ¿Estará su explicación en las ciudades? Ojalá. Si así fuera, comprobaríamos que esos compartimientos estancos a los que somos tan dados, tipo campo / ciudad, natural / artificial, etc., no son más que convenciones sociales (como casi todo lo que nos permite vivir en sociedad). Convenciones que podemos hacer desaparecer en cuanto nos dejen de ser útiles o en cuanto sus costuras, tan a la vista, nos empiecen a resultar insoportables.

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