Hablando en una entrada anterior sobre egodocumentos, añado ahora que hace tiempo me comentaba un amigo que las trovas antiguamente eran una forma de poner en su sitio a los que se salían de la fila, y que este toque de atención se hacía de forma colectiva, es decir, no había un troveru que se proclamara autor de nada, muy al contrario, las trovas se hacían en grupo. Siempre había algún buen troveru, alguien a quien se le daba particularmente bien componer (enjaretar), pero de inmediato ponía las trovas en manos de la comunidad, que era quien las hacía circular. Los troveros con afán de protagonismo, que hoy son norma, nacieron con Masio.
Masio es el enlace entre las trovas antiguas y las modernas. Los troveros actuales lo son porque serlo aporta algún tipo de beneficio, y quiero decir económico; si se es anónimo, olvídate. La trova al Soplao, auténtico panegírico a Marcano, es un buen ejemplo de lo que digo.
Y con el descubrimiento de la autoría los troveros empezaron a hablar de sí mismos. Ya no se pone firme a nadie desde el sentido común (entendiendo por común, eso, común). Es el troveru quien hace de filtro: la realidad filtrada por él, que hace las veces de mejillón (y la realidad de océano inabarcable).
Vale, las trovas ya no son como antes, ya no son anónimas, su autoría ya no es colectiva (o su ejercicio ya no es común, caso de tener autor), pero... qué fantásticos egodocumentos tenemos en las trovas actuales. Estoy pensando en, por ejemplo, Mi vida es una trova, de Faustino, de Obeso, ya fallecido (que tuve oportunidad de conocer), o en las propias de Masio, alguna de las cuales se encuentran en you tube.
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