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Aquí publica El País un texto interesante sobre la manipulación franquista y postfranquista del bombardeo de Gernika.
En Santander también sufrimos los bombardeos nazis. Estos bombardeos contaron con el apoyo franquista. Después se desdijeron (tras la caída de Santander en el verano del 37 había que limar asperezas con los vecinos) diciendo que se equivocaron (que se equivocaron los nazis, no ellos), que bombardearon el barrio obrero del rey, la calle Vargas y la zona del puerto en diciembre de 1936 (aunque los ataques desde el aire se sucedieron hasta el verano de 1937) porque confundieron las casas con polígonos y pabellones militares. Claro, y nosotros que nos lo creemos. Seguro que los nazis realmente no querían matar a nadie.
Pero lo que ofende no es lo anterior, es decir, que los franquistas primero apoyaran los bombardeos y que luego excusaran a los nazis de la que les atribuían a ellos toda la culpa, pues a fin de cuentas por aquel entonces se vivía en una dictadura que apoyaba a Hitler, lo que ofende no es eso, decía, sino lo que está ocurriendo hoy: el centro de interpretación del refugio antiaéreo de Santander, que no sé si conocéis, no es que sea acrítico con este tema, es que en él se da pábulo a la justificación nazi, es decir, a que la muerte de civiles fue por error. Es inadmisible.
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"P: Tanto en la novela [Éxodo] como en las notas habla de la Rusia postcomunista, y cómo toda una porción de la población se quedó sin futuro después de la caída del muro. ¿Qué posibilidades tienen a día de hoy?
R: Bueno, tienen muchas posibilidades en cuanto saben que forman parte de esa capa social perdida. En la sociedad soviética, durante el estalinismo, se esperaba dar el paso de una sociedad agrícola a una economía superindustrializada que era lo que requería el siglo XX. Eso implicó, entre muchas otras cosas, una gran represión para la población agrícola, donde murieron millones de personas por las hambrunas.
Eso pasó durante décadas, en parte para fomentar la idea de que la gente le cogería miedo al campo y aceptaría la industrialización y el movimiento a las grandes ciudades. Se potenció también la idea de que era necesario una educación universal -primaria y después gradualmente secundaria y universitaria- que potenciara la industrialización. El país se cubrió de academias y centros educativos.
Setenta años después había una desproporción enorme, con una gran cantidad de gente educada por encima de sus ocupaciones. Esto quedó muy bien retratado en la literatura de la era de la depresión -los años sesenta y setenta-, donde el tipo de protagonista es un intelectual que se aburre trabajando como electricista en una ciudad de provincias. "
Entrevista completa al autor aquí.
No puedo resistirme a encontrar puntos en común con Cantabria: una población expulsada del mundo rural en dirección a núcleos urbanos inanes, como Santander, o fracasados, como Torlavega o Reinosa. ¿La idea era buena pero se resolvió mal? ¿La idea no era buena? ¿Hay forma de recuperar el tiempo perdido? ¿Cómo se hace? ¿Volviendo atrás como si nada hubiera pasado? ¿Aceptando la situación e intentar superarla con los ojos abiertos?
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Por la autovía del cantábrico a la altura de Cabezón de la Sal todo son esporas. Las ves revolotear a rebufo de los coches como aguanieve.
¿Acaso todos los niños de Cantabria se han puesto a soplar abuelitos a la vez?
No, son semillas de plumeros.
Ya no le voy a poder decir más a Raquel que es el aire que respiro.
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Anantis eran las cárcilis las que mos jacían sintir libris, ajuera.
Abora es lo que pasa ajuera, l´acaecimientu del otru láu, lo que mos jaz sintir libris aentru.
¿Aentru de ónde?
De la cárcel.
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El jueves de la semana pasada Raquel y yo celebramos el año viviendo juntos. El asuntar juchas es lo que tiene: que te encuentras con un montón de cosas por partida doble, como por ejemplo la vasa, la vajilla. Tenedores, cucharas, cuchillos tenemos lo menos dos docenas de cada, una mano de cuchillos de cortar, otra de cucharones y así. Libros, no. Por fortuna ninguno de los dos compramos libros demasiado previsibles.
Hace un par de años mi madre me regaló su espumadera. Es de metal. El mango es de madera y se mueve un poco, tengo que apretarlo. Yo solo frío con la espumadera de mi madre. La sartén de porcelana de Raquel, que solo admite utensilios de madera, no me vale. A mí solo las de metal, esas que es mejor fregar con lo suave del estropajo para no quitarles del todo la película que van acumulando, porque si no, se pegan. De esas.
Este sábado hemos ido a Cabuérniga a pasar el día con mis padres y mi sobrina. Hace mucho que no íbamos. El invierno ha sido crudo. Estaban los árboles que rompían. Lástima haber talado aquel nogal.
¿La sombra de un nogal seco sigue siendo mala?, me pregunto. Las raíces seguro que ya no, por muy cerca que esté el nogal de casa.
- Sí, pero se puede caer.
- También.
Hemos comido dentro, no vayamos a exagerar. Hacía buen tiempo pero digamos que los pájaros volaban más rápido si iban a favor del viento que si lo hacían en contra. Poniendo la mesa abrí un cajón de la cocina y me encontré con una espumadera entera de metal con los agujeros irregulares, quizá hechos con un punzón, pintada de blanco, la pintura descascarillada. Una de esas espumaderas que no se cogen, se blanden.
Era de mi madre, me dijo la mía al verme con la espumadera, sopesándola. Ella ya tenía la sartén de metal ennegrecido en la mano.
A mi madre le salen los huevos fritos perfectos.
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