Era una exposición en Villa Iris, dependiente de la Fundación Botín, con obra de una joven artista portuguesa que había continuado las grietas de las paredes de la sala a lápiz, prolongado o completado o recuperado, dependiendo de si su obra era interpretada como un movimiento a la contra (prolongación de la grieta), como una rendición a la entropía (la grieta como programa) o como una reivindicación de la ruina, aunque no sé si esta exposición de esta artista portuguesa que no recuerdo la estoy recordando o imaginando, pero lo que sí es seguro es que en la sala de al lado se exponían fotos de la torre encendida del centro de datos del Banco Santander situado al otro lado de la bahía. Fotos tenebrosas, con esa luz negra de la que hablaba Chillida (ay, ese museo en Reinosa que podría ser), en las que despuntaba la luz roja de la torre.
La Fundación Botín lo sabía.
Cuánto daría por una de esas fotos.
Estoy seguro que al artista no le compraron obra. Ni la expondrán en ese museo que la Fundación Botín está pensando para nosotros.
Con la visita de Ana Patricia Botín estas navidades la luz se vino abajo. Lo comentamos Raquel y yo en el autobús, pasando: mira, no está. No hacía falta decir el qué. La broma del Ojo de Sauron había dado pronto el testigo al malestar.
El día 19 de enero ARCA ha publicado un comunicado explicando el proceso: denuncia, resistencia de la administración pero, al fin, la cordura y la luz roja que se apaga definitivamente.
ARCA y su labor soterrada, tan al filo, tan de agradecer.
Sería recomendable aplicar el mismo procedimiento a las luces que enfocan directamente al cielo rodeando el Mercado del Este y los arcos de la Plaza Porticada: son absurdas porque no iluminan nada que no sea el cielo, que no lo necesita, de noche.
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