En un mismo día una señora con la que coincidí en el autobús comentaba no sé qué de La Calleja Arna, y no de Francisco Palazuelos, en Hacienda me informaron de que había un banco en La Calle Martillo, y no de Marcelino Sanz de Sautuola, y quedé con mi madre para tomar un café en un bar de La Cuesta los Toros (una calle de la que desconozco su versión oficial), en Santander.
Está.
Somos.
Del modo como se tejan ambas realidades, el relato.
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