Una cruz de madera con una pegatina en blanco de esas que sirven para personalizar cosas pegada en uno de los brazos tirada en la basura de la calle Castilla. Raquel y yo tenemos un espejo de cuerpo entero que no queremos pero que nos da miedo tirar por si la mala suerte.
Una plantación de eucaliptos con una rendija en la pared de piedra en seco para pasar. Los hitos que marcaban las antiguas parcelas agrícolas empotrados en el muro del prado de al lado.
El agua roñosa de Lamiña goteando sobre el hueco de la cabeza de un sepulcro. Se tomaba para la anemia. La bebían mujeres que acababan de dar a luz. Luego vino el chocolate. La chocolatera como regalo de primeriza. La de mi bisabuela, la primera que entró en la familia, está en Sopeña, en el vasar que tapamos con un plástico para que no lo caguen las moscas.
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