jueves, 4 de mayo de 2017

Cueva de Eros

"Todo se preparó allí con esplendidez para la fiesta de la boda. (...) Viendo Dionisofanes que el tiempo era excelente, mandó aderezar lechos de verdes hojas en la gruta, donde se reclinaron los rústicos para gozar de espléndido banquete. (...) Y como la fiesta era de rústicos, todo allí fue al uso campesino y labriego. Cantaron unos el cantar de los segadores; otros hicieron las farsas y burlas que suelen hacerse cuando la vendimia; Filetas tocó la zampoña; Lampis tocó el clarinete; Dryas y Lamón bailaron. Dafnis y Cloe no dejaron de besarse. Las cabras mismas pacían allí cerca, como si tomasen parte en la función, lo cual no era muy grato a los de la ciudad. Dafnis las llamaba por sus nombres, les daba verde fronda, las agarraba por los cuernos y las besaba.

Y esto no fue sólo en aquella ocasión, sino también en lo sucesivo, porque Dafnis y Cloe hicieron casi de continuo vida pastoril, adorando a los dioses y profesando especial devoción a Pan, a Amor y a las Ninfas. Aunque llegaron a ser poseedores de mucho ganado lanar y cabrío, nunca hubo manjar que les supiese mejor que leche y fruta. Al primer hijo varón que tuvieron le dieron por nodriza una cabra, y a la criatura segunda, que fue una niña, la hicieron mamar de una oveja. Al varón le pusieron por nombre Filopoemén, y a la niña Ageles. Así vivieron largos años felices. Y no descuidaron tampoco el adorno de la gruta, sino que erigieron nuevas imágenes de Ninfas; levantaron un altar a Amor pastoril; y a Pan, en vez de la copa del pino a cuya sombra estaba, le edificaron un templo, bajo la advocación de Pan Batallador.

Todo esto, sin embargo, ocurrió mucho más tarde. Por lo pronto, llegada la noche, cuantos estaban allí llevaron a los novios al tálamo. Unos tocaban flautas, otros tocaban clarines, y otros iban con antorchas. Cerca ya de la puerta de la cámara nupcial, la comitiva cantó de Himeneo, con voz tan áspera y desacorde, que no parecía que cantaban, sino que arañaban pedruscos con almocafres.

Dafnis y Cloe, a pesar de la música, se acostaron juntos desnudos; allí se abrazaron y se besaron, sin pegar los ojos en toda la noche, como lechuzas. Y Dafnis hizo a Cloe lo que le había enseñado Lycenia; y Cloe conoció por primera vez que todo lo hecho antes, entre las matas y en la gruta, no era más que simplicidad o niñería."

Final de la novela Dafnis y Cloe de Longo de Lesbos, s. II a.C., traducida por Juan Valera y publicada en 1880, aquí. Es una de las pocas obras clásicas, de las conocidas entonces, que no fueron traducidas al castellano durante el Renacimiento, quizá por su alto contenido erótico. Ésta de finales del s. XIX es la primera.



En Mogru.

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