"¿Cuántos rostros ve un paseante en París, en una sola tarde? ¿Cuántos miles? No lo sé. Lo que sí sé es que entre todos ellos componen una larga serie, a la vez monótona y variada. (...)
El joven que se ha sentado frente a mí en el metro, por ejemplo, es de piel negra, calvo, de expresión seria y arrogante; a su lado va un hombre maduro y muy bien vestido, con el pelo y las cejas grises, con ojos que han debido de leer mucho mucho y parecen miopes y fatigados. (...)
Los rostros de la ciudad son, efectivamente, iguales y diferentes a la vez. Y, pensándolo bien, ¿no es ésa una de las cualidades del fuego? En la época en que no había televisión, los niños se resistían a dejar su asiento frente al hogar, porque la visión de las llamas los entretenía y tranquilizaba al mismo tiempo. Una sensación que conocen bien los que acostumbran a contemplar el mar. La sensación que, por otra parte, buscaban los arquitectos árabes al utilizar ese continuum que es el arabesco, representación de la infinitud divina. (...)
Vuelvo a mi apartamento y me pongo a escribir cartas a las personas que durante el trayecto han acudido a mi memoria, o a transcribir ideas que han surgido horas antes, tras ver el rostro número 340 o cualquier otro de la serie. (...)"
Bernardo Atxaga en "Horas recuperadas", capítulo de Horas extras, magnífico libro recién publicado por Huerga & Ortega.
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