A mi abuelo le gustaban mucho las plantas. Ya lo he contado otras veces, por ejemplo aquí.
En el balcón de su casa todavía había, décadas después de su muerte, una cinta. La cogió mi madre y nos dio un hijo. Lo hemos tenido primero en agua, luego en tierra y al sol, protegido del gato por un cartón de caja de galletas. Luego lo hemos llevado a una estantería en penumbra. Le ha venido bien. Ha crecido y empezado a tener hijos.
Nos hemos dado cuenta que la cinta tiene las hojas así para guiar y mantener erguidos a sus hijos.
La segunda foto está robada en la terraza del bar del ayuntamiento de Cabezón de la Sal durante la última olimpiada del tudanco. Son un padre y su hija sentados en el mismo banco que nosotros.
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