viernes, 2 de noviembre de 2018

Eduardo Torralva Beci, autor santanderino de "Verdad en la farsa", teatro obrero de los años diez

Hace unos días el editor y periodista Javier Fernández Rubio publicó una columna estupenda en eldiario.es titulada "El forzudo Ledruille arroja los útiles de escribir", aquí. Son varias las ideas de interés que recoge, la primera (la primera porque es con la que arranca la columna) es la que responde al "núcleo ardido" (suelo utilizar esta expresión cuando quiero referirme a lugares comunes que todavía no han sido vaciados, es decir, aquellos que conservan el potencial de empuje colectivo independientemente de lo que con esta frase quisiera transmitir su autor, que es Luis Cernuda) conocido como el asalto del pueblo a las letras, o lo que es igual, el autorreconocimiento de la clase obrera a través del aprendizaje: primero leyeron lo que otros les dedicaban (El intruso de Blasco Ibáñez, por ejemplo, que es espectacular), no siempre con buena intención, no siempre a favor, para después pasar a escribir, quizá irremediablemente (lectura y escritura son los dos cañones de la escopeta), para sí mismos, también (buena) ficción. Son muchos los que han tratado esta idea antes, algunos de los cuales menciona el propio Javier, como John Berger o Gonzalo Santonja, pero uno de los más recientes es Alberto Santamaría en su libro En los límites de lo posible (Akal, 2018) donde el filósofo cántabro se hace eco de varios autores obreros, en particular Robert Tressell y su magnífico Los filántropos en harapos (Capitán Swing, 2014).

Abro paréntesis. Que la llama de este tema permanece viva lo prueba la columna de ayer mismo publicada por Raúl Molleda en eldiariocantabria.es, donde se lee: "En España y en castellanu, la cultura es –pa dir jaciéndosi idea de lo que va a ucurrir colo demás– cosa d'unos pocos, y esos pocos están por riba. Una éliti, que sabi llevá-la pulitica, la banca, el país, la aministración, el dineru, la cultura y jasta la lengua. Tú ni sabis ni pueis, y toos vós, tampocu. Es custión de clas, y allega inclusu a la facultá cutiana de hablar y entender. Fulanito habla muy bien, y nós, la clas d'abaju tocha y bruta de cundición, no. Unu habla bien cuandu subi ena escala social y allega a un livel que sepa que la mayuría de los demás no acanza. Cumu Fulanito habla muy bien, los demás no intindimos naa, y mos puei estar dijendo jasta lo contrariu de lo que mos paez, culpa muéstra por no ser cumu Fulanito, el hiju de Don Fulano. Si aluegu jaz lo contrariu de lo que diz, culpa muéstra de no ber intindíulo." En Cantabria se está reproduciendo el proceso de autorreconocimiento por el que pasó la clase obrera hace un siglo. Cierro paréntesis.

¿Pero qué pasa con los autores obreros de primera generación en España? Es una pena que nunca nos acordemos de ellos. La conquista de la capacidad de fijar las coordenadas vitales de uno mismo, que de eso estamos tratando (ahora se suele decir no sin cierta dejadez "de eso va"), está extraordinariamente recogido para España en Leer en rojo: auge y caída del libro obrero (1917-1931) de Alejandro Civantos Urrutia (Fundación Anselmo Lorenzo, 2017), fácil de encontrar en La Libre o La Vorágine y de lectura más que recomendable.

Aprovecho para traer aquí al escritor bilbaíno Julián Zugazagoitia, con dos novelas, El botín y El asalto, muy buenas y relativamente fáciles de encontrar.

Y también los hay cántabros, cómo no los iba a haber. En el libro de Alejandro Civantos se menciona un autor santanderino, Eduardo Torralva Beci (1881-1929), del que, honestamente, no sabía nada. Lo he buscado en bibliotecas públicas cántabras y apenas he encontrado obra suya. Es autor de libros tan importantes como Los sucesos de agosto ante el Parlamento, año 1918, con prólogo del Dr. Simarro, con tres ejemplares a la venta por 150, 300 y 600 euros. Pero lo más interesante suyo hasta donde alcanzo es Verdad en la farsa, libro de principios de siglo que recoge bajo el subtítulo "Teatro de combate" tres obras de teatro: "Astrea" (representada en Santander el año 1907), "Salvaje" (también en Santander el año 1910) y "Justicia" (estrenada en la Casa del Pueblo de Madrid en 1909). Creedme si os digo que son impresionantes.

Pongo solo dos fragmentos de la primera obra, "Astrea":

"-David. Es el amo; el amo bondadoso, patriarcal, si se quiere; ¡pero el amo! Se ha formado un feudo y reina en él como único señor; feudo de bondad y de amor, tal vez, ¡pero un feudo! Pretende ser el buen pastor de un rebaño feliz, y eso es lo horrible; que haya un rebaño que reciba los cuidados de un pastor. Y el rebaño está orondo, lustroso, pastando en campos abundantes... ¡pero es rebaño!

-Astrea. Pero...

-David. Y la justicia no brillará en la tierra mientras haya rebaños y pastores. ¿No lo cree usted así?"

Y más adelante:

"-David. Yo veo cien veces más hermoso que cada uno adquiera por derecho eso que un... alma buena y santa le da por lástima. El agradecimiento es algo que ata... ¿No entiende usted que no es justo que un malvado, por el hecho de habernos favorecido, nos prive de poder llamarle malvado cuando cometa una villanía? (...) Ese amor suyo, el del esclavo al señor bondadoso que le ama porque no le pega muy fuerte; el del mendigo al limosnero, que le ama porque de lo que sobra a su hartura le da con que engañar el hambre eterna; ese amor del perro al dueño... no. No es ese el amor que yo quiero que exista."

Os recuerdo que esta obra fue estrenada en Santander el año 1907.

He encontrado y comprado un ejemplar. No creo que aparezcan muchos más en mucho tiempo (de este libro con tres títulos, me refiero, no así de "Astrea" por separado, relativamente fácil de encontrar). Quisiera donarlo a la Biblioteca Municipal de Santander si a su Director, Pablo Susinos, le parece bien. Espero que sí. Así podríamos sacarle partido todos.

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