"-¡Ven! Te llevaré conmigo a comer.
Le ofrece la mano. El niño, indeciso, la mira. Después, moviendo la cabeza, responde:
- Estoy sucio y la mancharé.
- ¡Qué importa! Anda, ven.
- Es usted muy buena.
- Calla. Soy mala, muy mala.
Con el niño de la mano comienza a andar. Sabe que no es lógico que lo lleve consigo, pero su propio aburrimiento le incita a hacer algo desacostumbrado.
(...)
- Este niño almorzará en nuestra compañía - dice ella seriamente.
(...)
- Pero Yolanda, ¿te has vuelto loca?
- Llamáis locos a los que hacemos una obra de caridad. ¡Qué pena me producís!
Michel se da cuenta de que por ese lado no se ablandará ella. Cambia el tercio.
- Le daré dinero."
De Las noches del diablo (C.L.A., 1970) de la escritora santanderina Alicia Canales.
Entradas más atrás presentaba como punto a favor de una obra de teatro santanderina de los años diez el tratamiento que hacía de la pobreza, contrario a la caridad (la misma óptica que supuso la modernización de la asistencia médica). Comparada con esta novela de los años sesenta, la obra de E. Torralva Beci se nos hace aún más valiosa.
Más atrás comentaba de otra novela santanderina de los años setenta que se podía leer no sin esfuerzo gracias a que servía como papel de calco de las miserias santanderinas de hace cuarenta años, amén de su interesante descripción del incendio de Santander. Pero Las noches del diablo ni siquiera. No la he podido terminar, francamente. Y no es por su temática, parecida a Oficio de muchachos (Seix Barral, 1963) de Manuel Arce, incluso me atrevería a decir que ambas están abordadas desde el mismo existencialismo de segunda vuelta o de influencia francesa neta (diferente del existencialismo solanesco de la más inmediata posguerra), novela, la de Arce, notable (por mucho que guste a poca gente), no es, entonces, como decía, por su temática que se hace difícil leer este libro de Alicia Canales, sino por la mano de la escritora, que va demasiado cargada de prejuicios para mí insoportables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario