"A decir verdad, yo me sentía cada vez más a disgusto con mi empleo [en Monsanto]. Nada establecía claramente la peligrosidad de los transgénicos, y los ecologistas radicales eran en su mayoría unos imbéciles ignorantes, pero nada establecía tampoco su inocuidad, y mis superiores en la empresa eran simplemente unos mentirosos patológicos. Lo cierto es que no se sabía nada o casi nada sobre las consecuencias a largo plazo de las manipulaciones genéticas vegetales, pero a mi juicio el problema ni siquiera residía ahí, era que los productores de semillas, de abonos y pesticidas, por su misma existencia, desempeñaban en materia agrícola un papel destructivo y letal, era que la agricultura intensiva, basada en explotaciones gigantescas y en la optimización del rendimiento por hectárea, esa industria agraria totalmente dirigida a la exportación y basada en la separación de la agricultura y la ganadería, constituía a mi entender justo lo contrario de lo que había que hacer si se quería alcanzar un desarrollo aceptable, proteger los suelos y las capas freáticas volviendo a complejas alternancias de cultivos y a la utilización de fertilizantes animales."
Serotonina (Anagrama, 2019), p. 90.
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