"Se acerca un día la hora de comer. [...]
No se ve la escena porque lo impide el humo de la cocina, que sale a borbotones por el balconcillo, conductor único que para él hay en la casa.
La mujer de tío Bolina está clavando unas rabas de pulpo en la pared de su balcón para que se oreen.
[...]
Si mientras el Tuerto estaba a la mar, alguno de sus hijos rompía la olla, o se comía el pan que estaba en el arcón, o hacía cualquier diablura propia de su edad, en el balcón le sacudía el polvo su madre, en el balcón le estiraba las orejas y en el balcón le bañaba en sangre la cara.
Si de vuelta de correr la sardina salía alcanzada la mujer del Tuerto en la cuenta que éste le tomaba rigurosamente, en el balcón se oía la primera guantada de las que administraba el desdichado marido a su costilla, desde el balcón llamaba a su padre, a su madre y a Tremontorio; desde el balcón les contaba lo sucedido, y renegaba furibundo de su mujer; desde el balcón imploraba el auxilio de Dios..., y de balcón a balcón se enredaba un diálogo animadísimo que entretenía, por espacio de media hora, a las gentes de la calle.
Si el patrón de la lancha de que son socios mis vecinos les debe algo, desde sus balcones lo dicen, y en los mismos discuten el medio de cobrarlo.
Por el balcón recibe Tremontorio las consultas que se le hacen sobre el tiempo; por el balcón les contesta, y el balcón es su observatorio.
En una palabra: mis vecinos tienen el balcón por casa, excepto para dormir y vestirse; y ni aun en estas dos ocasiones quieren prescindir totalmente de la publicidad. Tremontorio y Bolina, especialmente, se mudan la camisa y los pantalones en medio de la sala... con todas las puertas abiertas; pero donde se echan los botones y se amarran la cintura con la indispensable correa es en el balcón. Y esto en invierno; que en verano, o cierro la puerta de mi antepecho, o he de contemplarlos hasta en la menor particularidad de su vida íntima, tanto de día como de noche... Por hacerme partícipe de sus costumbres, estas pobres gentes, hasta me despiertan a mí al mismo tiempo que a ellas el penetrante e intraducible grito de ¡apuyááá! con que les llama, a las tres de la mañana en verano y a las cinco en invierno, para ir a la mar, otro marinero que tiene por esta obligación algunos gajes."
"La Leva", Pereda.
En la C/ Limón de Santander.
No hay comentarios:
Publicar un comentario