Nunca me convenció del todo la idea de que las palabras configuran el mundo, lo tengo que confesar. Pero hay veces que los hechos son contumaces y no hay forma de llevarles la contraria.
Estábamos ayer Raúl y yo dando una vuelta por unas antiguas huertas en parte hoy abandonadas del Alta de Santander cuando trabamos conversación con una vecina que nos dijo de las corruyuelas que tenían tomada la cerca de su finca. Ante mi cara de estupor, corrigió y para la próxima se guardó mucho de repetir esta palabra, sustituyéndola por correderas.
La primera, corruyuela, remite a corru, a la forma como crece el bosque, los setales, los barrios, a como reposan los patos en el agua, a los seles, a la aureola territorial de la iglesia.
Las corruyuelas se conciben como circunferencias inscritas en otras de varia naturaleza. El modelo territorial cántabro es circular.
(Cabría preguntarse el porqué de la tendencia humana a hacerse presente mediante formas cuadradas. La casa, por ejemplo. O las huertas, alveolares, con los cultivos organizados en cuadros. Por qué círculos para unas cosas y por qué cuadrados para otras.)
Por su parte, corredera remite a desarrollos lineales.
La primera a retornos. La segunda a partidas.
Adentro, la primera. Afuera, la segunda.
Probablemente las dos sean cántabras.
"Corruyuela" es esa especie de hiedra ligera con florucas blancas. Las hay de otros colores (en Río de la Pila, por ejemplo, violetas), pero la de aquí es blanca. La señora era de Santander. También "correyuela" (mix).
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