"Al sistema político romano le resultó muy difícil imponerse en las guerras civiles y serviles que asolaron la península itálica durante los siglos II y I a. C., debido a la ruptura de la cadena de sumisión derivada de la asunción sin queja de un cierto orden social. La restauración de ese freno ideológico, una vez roto, era improbable por cuanto desde una perspectiva sensorial y de razonamiento resultaba imposible que, por sí mismo, un esclavo o un desposeído se aviniera a volver a serlo si no era por la fuerza y, aun en ese caso, era preferible perder los réditos económicos que significaba la devolución de los esclavos a sus amos, que dejar con vida a aquellos que se habían liberado a sí mismos. Era asimismo preferible el sacrificio ejemplar de dichos bienes para volver a crear las barreras ideológicas que conseguirían que el sistema perdurara, en aquellos que aún eran propiedad o dependían económicamente de sus señores."
Del prólogo de Cabezas cortadas y cadáveres ultrajados (Desperta Ferro, 2017) de Francisco Gracia Alonso, aquí.
Es por este motivo que muchas de las reformas (y ojo que me quedo en reformas, ni siquiera llego a rupturas) planteadas en la actualidad, sin duda necesarias, se van a quedar en nada: porque los que mandan van a preferir el sacrificio (en todo caso ajeno) que la revisión del sistema que los mantiene a ellos en la cúspide.
Porque probablemente si no hablara de reformas sino de rupturas no estaría diciendo que no va a pasar nada.
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