Raquel tenía curso y no se podía aplazar. Valoramos subir y bajar en el día, pero nos dio miedo porque habría que hacerlo en tren por el cansancio y en tren no, ni en autobús. Finalmente cogimos habitación frente al Palacio de Oriente para asegurar espacio abierto e hicimos el viaje en coche.
En la meseta la ola de calor hacía que la calzada reverberase como a orillas del mar.
Apenas tráfico, los pueblos aplastados, el cielo macizo
- siempre se nos olvida llevar música -
la tierra abierta roja en los taludes de la autovía.
Las hortensias azules que crecerían aquí -
ella. Que por qué pregunto yo: por la tierra -
ella: si entierras clavos las hortensias salen azules,
¿no te acuerdas?
Miro la tierra oxidada, los espejismos derramados y miro al cielo, al mar con los ojos cerrados,
la veo a ella
y digo sí.
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