La jelecha de casa la trajo mi madre del Saja.
Hay un remanso donde le gusta ir. Lo han aplanado con excavadoras y emparedado, pero terminará por vencer. Seguro que la trajo de ahí.
La poda porque si no dice que es una exagerada.
De los dos acebos que trajo de Peña Sagra solo queda uno pero no hacen más que venir de La Cruz, que la tenemos encima. La Casa del Acebal, dice que la llamaría. También viene laurel, mucho, y brezo: cuida de uno.
En cuanto nos ven los cuervos bajan del monte a ver qué hacemos.
A mi madre le encanta enseñar las plantas de casa.
- Eso son fresas silvestres.
- ¿Mayuetas?
- Sí.
Señala lo que hay y que todavía es pequeño con piedras pintadas (algunas con dibujos de la nieta, otras de blanco) que posa en el moriu de cantos rodados, para que se vea y no se pise o siegue.
Las pitiminís tienen que ir con seto para que aguanten. Son rosas y a ella le gustan blancas, como las que teníamos en Colindres, más grandes. El jardín de Colindres era el de la casa de los maestros y lo asfaltaron el mismo año que nos marchamos. Las está buscando para traerlas.
El acebo que le regalamos hace muchos años por el día de la madre está bien. Ha dejado dos troncos, el suyo y el de mi padre.
Las flores no están para cogerlas, defiende. Pone jorquetes en los rosales para ayudarlas con el peso.
Ahora que releo me doy cuenta de que los dos acebos de Peña Sagra es probable que fueran por mi hermano y por mí, como complemento al de mi padre y suyo (que primeramente era solo suyo pero que ella se preocupó de multiplicar por dos), y que no nos lo ha dicho porque uno de los dos no ha prosperado.
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