sábado, 15 de mayo de 2021

Casa rica, casa pobre (años veinte)

Casa rica

"Rodea al edificio un bellísimo parque, en cuyo centro, un surtidor riega con su fina lluvia las macetas de lozanas y delicadas flores.

Al fondo del parque, nace una escalinata de piedra, en cuyo peldaño último está cimentada la arquería, de mano maestra cincelada, cuyo remate sirve de base a la abrigada solana, que apoya uno de sus extremos en la blasonada torre. Al fondo de la arquería, una ferrada puerta que da paso a un amplio vestíbulo de artístico cancel, tras del cual arranca una descansada escalera, terminando en un ancho corredor que corta de través todo el piso, donde nos hallamos frente a una puerta entreabierta que vamos a franquear, porque importa allí nuestra presencia.

Nos encontramos en una gran sala, que está iluminada por artística araña de bronce, cuyas bujías eléctricas filtran su luz a través de una finísima pantalla, dando a las blancas paredes una suave entonación rosa. Un piano coronado de dos preciosos búcaros, duerme cerrado en un ángulo del salón; y ocupa uno de los testeros una consola, que sostiene dos violeteros y algunos retratos con marcos de plata repujada y un espejo de grandes dimensiones y biselada luna. Un precioso velador en el centro del salón y hasta una docena de butacas, con blancas fundas de hilo, completan el mueblaje de la salona.

Vibraron, turbando el silencio sepulcral que allí reinaba, nueve sonoros y pausados golpes en el reloj, distrayendo momentáneamente a los cuatro personajes que, a la sazón, se hallaban en torno del velador."

Neluca (B. Hernández y Hno. Ribera, 1924) de Manuel G. Villegas, pp. 7-8.

Casa pobre

"Empujó Nela la entornada puerta y se encontró en el oscuro zaguán de la sucia y destartalada casa de la Nuética.

Desde él arrancaba la desvencijada escalera, de tramos estrechos, negros y empinados que llevaban al piso, ocupado todo él por la única sala, con las paredes y vigas ennegrecidas por el humo. A la derecha de aquella sala, hay dos camas de antigua traza, cuya vieja madera, atarazada a trechos por la polilla, había recibido ya del humo la primera mano de un barniz negruzco. Sendos y tísicos jergones de paja en aquellas camas; cuatro sábanas limpias como un sol; dos colchas de percalina que aunque gastadas y descoloridas, estaban también limpias; una silla entre las dos camas, con sobra de años y falta de respaldo, a guisa de mesita de noche; una mesa en la pared frontera de la sala, cubierta con un tapete de flecos, sobre la cual se veía un espejo y que servía de tocador; dos cromos religiosos, pegados con pan mascado en la pared, a ambos lados del espejo, era todo y solo el ajuar de aquella parte de la sala, donde claramente se veía que la pobreza era su más absoluta dueña.

A la izquierda de la misma sala, unas losas en el suelo servían de fogón en el rincón que hacía de cocina, y arrimado al fuego, hervía a borbotones un puchero de barro que miraban atenta y silenciosamente la Lumiaga y su tía, sentadas en dos poyos laterales y una enfrente de la otra. Unas trébedes colgadas de una alcayata en la pared, media docena de enseres desparramados acá y allá, y alumbrando la escena un candil de hierro, de moribunda luz, completaban el segundo departamento de aquella mísera mansión.

Entre ambos departamentos y frente a aquella mesa con honores de tocador, se abre una puerta que da al balcón por donde la luz y el aire penetran en aquel tugurio.

Después que Neluca, aunque a obscuras, hubo subido con seguro paso los estrechos peldaños, llegó a la sala y se fue directamente a la cocina, donde después de dar las buenas noches posó en el suelo la herrada [de agua] que llevaba en la cabeza."

De Neluca..., pp. 47-49.

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