"[M]e voy a referir exclusivamente a lo que era la noche de San Juan en un pueblo determinado: el mío. [...]
Estas sanjuanadas de los mozos no eran otra cosa que una crítica cáustica a las autoridades del momento y hasta al vecindario en general y en particular. [...]
Una especie de manía: sacar los carros de los portales, sobre todo las pértigas, a la calle para colocarlos en los lugares más inverosímiles, allí donde tuvieran otra misión que cumplir. En la mies, para situarlos en un lugar que requisiese una obra, una mejora; en alguna cambera donde hubiera un espacio en donde se enchorcaban los animales o los mismos carros, para que lo empedrasen; de puente sobre algún regato necesitado de pasarela y cosas por el estilo. [...]
Una crítica muy original era la que se efectuaba en la mies, sobre todo en las jazas sembradas de maíz un poco atrasadas en su tratamiento, es decir, sin haber dado el segundo sallo, el llamado resallo. Era algo así como una obligación el que esa labor estuviera terminada para esa noche y, la que no, era objeto de una crítica-censura muy especial. Para ello, días antes los mozos que no tuvieran cubierta esa segunda operación, le colocaban un muñeco, generalmente de mujer, que parece que era la obligada a sallar el maíz, con una azada en la mano y un farol encendido encima del pañuelo de la cabeza. Lo que suponía el hazmerreir de las gentes.
Todo ello era en las primeras horas de la noche y, ya en la madrugada, cada uno, particularmente, iba a algo suyo, algo sentimental, colocar un ramo en el balcón o ventana donde moraba su Dulcinea; el ramo de San Juan. Este ramo estaba cuidadosamente hecho con unos velortos entre los cuales alternaban las flores más significativas y cerezas, rosquillas, hierbabuena, mastranzo -que no mastroncho, que es otra cosa- pensamientos, clavelinas... Y entre unas y otras, ramitas de cajiga, fresno, laurel... Cada una de estas ramitas tenía su significación: el roble, fortaleza física y moral; fresno, buenamoza; laurel, piadosa; clavelinas silvestres que con su fragancia denotaban la inocencia, la virtud intachable...
Pero había una segunda vuelta: la de que aquellos mozos a los que le habían dado calabazas y, por despecho, en lugar del ramo expuesto, saúco -llamándola legañosa-; y, aunque no muy ortotodoxa, la confeccionaba con zarzas, ortigas... [...]
[C]ada doncella solía echar en un vaso de agua la clara de un huevo que, puesto al sereno, era observado minuciosamente por la ponente una vez llegado el día para ver, en su imaginación, la figura en que se había convertido la dicha clara. [...]
Era costumbre, desde tiempos inmemoriales, coger la verbena por la mañana, muy temprano, de este día, antes de que saliera el sol. Así esta planta se convertía en un antídoto infalible de todos los venenos, de todos los males, pero, sí, antes que la dieran los rayos de sol. Y entre las innumerables virtudes y cualidades estaba la de matar a las culebras, que a su vista morían sin poder huir. [...]
Estaba asimismo el coger la nata de las fuentes, también sin salir el sol, porque ese agua primicia del día tenía propiedades curativas infalibles y se hacía guardar en un frasco bien cerrado, porque si entraba aire, le ocurría lo mismo que a la famosa caja de Pandora.
Ya un caso más material era creencia de que flagelando los jelechos con una vara de avellano [...] se erradicaban de los prados estas plantas filicíneas que tanto molestan a praderas y plantaciones."
De Anecdotario montañés (edición del autor, 1987) de Antonio Bartolomé Suárez, pp.14-17.
La "nata de las fuentes" es la famosa "flor de agua".
ResponderEliminarSobre helechos:
http://elrobledaldetodos.blogspot.com/2020/03/palos-helechos-plinio-el-viejo_17.html
https://elrobledaldetodos.blogspot.com/2020/03/palu-talla-patron.html