De mozu se marchó a trabajar a una taberna y fonda con dos cuartos que había cerca de la estación de Cabezón de la Sal. Había una señora que hacía una borona muy rica. Tendría las manos frías, pienso. Un día aparecieron unos forasteros pidiendo langostinos. Reinó el desconcierto. "Será que te están pidiendo borona", trataban de tranquilizar los otros clientes a la paisana, confusa. Fue lo que les sirvió, borona, lo suyo, lo de todos. Nadie allí sabía lo que era eso de los langostinos.
"De Santander serían, seguro", dice.
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