Íbamos en coche y al pasar a la altura de su antigua casa, que demolieron para construir el campo de fútbol y el cuartelillo, vio a una gallina suelta y mientras la señalaba nos alertó: la gallina, que se ha escapado. Lo dijo preocupada de veras. Tras una pausa mínima, añadió: ha sido verla y se me ha secado la saliva. Lo mal que lo pasábamos. Se sume entonces en un silencio que alcanza hasta el puente de Santa Lucía, cuando veo que mira hacia el camino que conducía a la presa que ella tantas veces siguió y que ahora está clausurado y perdido, tomado por el monte, y dice que por ahí, por ahí mismo que ya no se ve, escapaba ella de niña.
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