Se paró entonces un petirrojo a nuestro lado. Raquel se agachó para ponerse todo cuanto podía a su altura y le llamó. El pájaro giró la cabeza y la miró. Luego echó a volar. Le seguimos con la mirada. Se posó detrás de nosotros. Le daba el sol. Sé que pensé algo bonito y que me dije no lo olvides. Pero lo he olvidado. No así el recuerdo de tener que recordar algo bonito.
Raquel me cogió de la mano y seguimos nuestro paseo bajo el frufrú de las altas copas de los árboles mecidos por la brisa del mar.
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