"Estaban tendidos sobre la cama, sin hablar palabra, y el coronel percibía los latidos del corazón de la joven. Nada más fácil que oír los latidos de un corazón bajo un suéter negro tejido por alguien de la familia, y sus negros cabellos, largos y densos, se derramaban sobre su brazo. No pesan nada - se dijo el coronel -: son la cosa más liviana del mundo. Ella estaba quieta y amante, y fuera cual fuese el secreto de ambos, se hallaban en plena comunicación".
De Al otro lado del río y entre los árboles (Planeta, 1981) de Ernest Hemingway, p. 176.
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