Los
veceros se reunían en el Canto Bailador del pueblo de Villar para bajar juntos al atardecer. Seguramente se trate de una piedra que se mueve como las míticas gallegas o la que hay en Sejos,
aquí. Según cuenta Luis Ángel Moreno Landeras en su libro
La vida en sepia (2018), los
veceros aprovechaban para dejar talladas en esta piedra sus firmas y figuras de animales.
Es uno de esos lugares que, de confirmarse lo dicho, podría tener sentido proteger recurriendo a la Ley de Patrimonio Cultural de Cantabria.
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