Dormíamos en la planta de arriba y me despertó el calor. Todavía no había amanecido pero estaba a punto. Era la hora a la que me suelo levantar para ir a trabajar. Esto también tendría que ver, el cuerpo acostumbrado. Me levanté y abrí la puerta del dormitorio para que ventilara. La manecilla chirrió. No solemos quedarnos a dormir. Volví a la cama y al instante oí revolverse y piar a las golondrinas que anidan en el garaje. No sé si fue el chirriar de la puerta o el amanecer.
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