Tengo la suerte de cruzarme todas las mañanas a primera hora con un vecino cabuérnigo por la cuesta de los toros, subiendo él, que es joven, supongo que de la estación de tren, bajando yo, entrado ya en edad. Ahora en verano tostado él como una avellana de hacer la hierba, lo mío es otra cosa que tiene que ver con las pantallas de ordenador. Elegante él, yo incapaz. Su familia es como la mía, se remonta tan atrás que sabemos lo que hay antes de cualquier cosa importante. Él me saluda cada vez desplegando los brazos hacia abajo e inclinando levemente la cabeza, en un saludo antiguo. A mí solo me sale sonreírle con gratitud y reconocimiento.
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