"Cuando los batallones, uniformados de rayadillo, salían de los cuarteles y se encaminaban por la Cuesta del Hospital y Rampa de Sotileza a los muelles de Maliaño para embarcar en los buques de la compañía Trasatlántica, los hombres mayores, padres de aquella juventud florida que iba hacia una probable muerte, se limitaban a contraer el gesto, preñados los ojos de lágrimas, y a apretar los puños. Las mujeres, faenando en sus hogares, tenían a flor de labio cantares que más que alegres coplas eran disimulados lamentos:
Dicen que La Habana es
sepultura de españoles.
Por Dios le pido a La Habana
que no mate a mis amores.
¡Ay, ay, ay, ay, ay!
Los de Santander
se van a embarcar,
¡no van a volver!
Mañana por la mañana
se embarca el bien de mi vida.
¡Malhaya la embarcación
y el capitán que la guía!
También presenció Eugenio, pocos años después, en aquel nefasto 1898 (...) el retorno de los soldados repatriados de las perdidas colonias.
(...) Llegaban en los barcos de la Trasatlántica, que solían fondear frente a San Martín, amarrando a la boya llamada de los Correos, o atracaban en los muelles salientes de la zona de Maliaño, construidos de madera y sostenidos por gruesos pilotes pintados de chapapote.
(...) Grupos de ellos, sentados en los pilotes preparados para recambio cerca de las machinas, comían con avidez las sobrosas frutas de la patria, que les ofrecían, insistentes, las vendedoras ambulantes."
La resaca, novela de José Alonso Gutiérrez, año 1954, p.112 y ss.
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