Los ricos no se asoman a los balcones de sus casas. Los balcones de las casas de los ricos están para que se asomen los pobres de confianza (una cuidadora, una señora de la limpieza). Porque no falla: en cuanto un pobre entra en la casa de un rico, se asoma al balcón, no importan los motivos, siempre lo hacen (yo mismo lo he hecho). Pero nunca hay ricos en los balcones. Fijaros.
Esto me recuerda una reflexión muy interesante recogida en uno de los manuales publicados por la Fundación Botín sobre el Alto Nansa (ya se sabe que la casa madre de dicha institución tiene participación directa en los Saltos del Nansa, por lo que estos manuales se entiende tienen mucho de compensación moral por el daño causado), el manual, decía, dedicado a arquitectura. En él se recogen las palabras de un vecino (y amigo mío) de Carmona que señala que las solanas, o correores, tienen mucho de elemento ornamental, que no se explican plenamente desde un punto de vista funcional. Las solanas son una evolución de las pajaretas que nacen de la necesidad de secar el maíz. Cumplen la misma función que los hórreos, de los que también contamos con buenos ejemplos en Cantabria, aunque escasos. Imagino que la solana devino símbolo de modernidad, de estar a la última, devino símbolo, en definitiva, de prosperidad económica. Esta evolución, y el componente ornamental de la solana que trae consigo, ¿se puede considerar legítima o espúrea, entendiendo por esta última aquéllo ajeno a la naturaleza de algo?
En cualquier caso, a nuestras solanas, a las reales, a las que están cargadas de maíz, ropa tendida al sol o puesta a planchar entre dos piedras planas del río, a estas solanas, a las solanas abiertas no solo al sol, sino también al oreo de la noche o al crío que no se puede custodiar en otro lugar de la casa porque no se cabe o no se está, a éstas tampoco se asoman los ricos.
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