Los plumeros llegaron a Cantabria con las obras de la autovía del Cantábrico. Un camión descargó tierra contaminada en el tramo que une Torrelavega con Santander. Ahora no hay talud por el que no asomen. Los plumeros crecen en prados abandonados, riberas de ríos encauzados, marismas colmatadas, solares empleados como vertederos. Nuestras huellas son sus semilleros.
Los plumeros son lo que queda cuando ya no estamos. Son como nuestras almas (la forma de llama no es casual).
El ser humano es naturaleza consciente de sí misma (Eliseo Reclús dixit), no somos ajenos a nuestro entorno, de hecho, somos en lo que nos rodea, que también forma parte de lo que somos. Pero si los plumeros crecen en los lugares que hemos hollado, ¿por qué no crecen en todos los lugares, en Peña Sagra, por ejemplo? ¿Acaso es cierto que existen espacios naturales que se encuentran del otro lado, lejos de nuestro alcance, lugares en los que sentirnos extranjeros? Caso de ser así, ¿hay naturaleza que nos sea ajena?
Los plumeros son al hombre lo que el pipí a los perros: acotan nuestro territorio, marcan nuestras coordenadas, nos ponen en nuestro lugar.
Los plumeros son nuestra cota de naturaleza. Todo lo demás, empiezo a creer, no lo podemos considerar, todavía, nuestro.
También he oído que los plumeros arribaron aquí a través del puerto de Raos. Presumo que un carguero trajo mercancías con semillas de tan común (en la actualidad, claro) planta, y de ahí se extendieron por toda Cantabria.
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