miércoles, 17 de abril de 2013

Escalera del Ensanche

Ayer me colé en un portal del Ensanche de Santander que se ha conservado prácticamente intacto hasta la fecha (algo más de dos siglos a cuestas). El portal arranca con un primer recibidor (equivalente al estragal del mundo rural) en cuyo techo pende una lámpara fantástica que podemos considerar un primer toque de atención de lo que va a venir después, que es: el hueco de la escalera. No hay ascensor, ni actual (cada vez más habitual en este barrio adinerado de la ciudad) o antiguo (aquí están los de mayor solera de la ciudad, agazapados como jaulas de pozos mineros). El hueco de la escalera es amplísimo. La escalera deja libres las cuatro paredes. Cae desde lo alto, desdoblándose como una serpentina para acabar posándose en el centro del hueco que es el suyo, el de la escalera, esperándonos. Visto al revés, es como si estuviera flotando. Se vé el lucernario del techo, donde muere, pero no se la ve morir. Parece que llega un punto en que desaparece. Puedes rodear la escalera, recorrer su perímetro. Es como una arquitectura dentro de otra, la una para vivir (la casa) la otra para relacionarse, que es el fin último del movimiento (vivimos en lo que nos rodea, que es con lo que nos relacionamos y por lo que nos movemos). El portal lo está arreglando una cuadrilla de rumanos. Espero que tengan cuidado (y que no pongan ascensor nunca; maldita sea, qué egoísta soy).

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