Los huertos, que no siempre estaban pegados a las casas, solían tener rosales. Las casas lo que tenían era una parra en un jastial o a lo largo del correor, además de claveles en el correor.
Las flores del correor, en particular claveles, podían estar en macetas de cerámica (cerámica de Cos), aunque éstas eran las menos. Lo que abundaba eran los botes reutilizados de todo tipo, algunos pintados de un color o de varios y otros decorados, por ejemplo, con flores (al cuadrado), aunque lo más frecuente era que los botes no tuvieran ningún tratamiento, incluso que estuvieran herrumbrosos.
Tampoco era inusual tener pimientos o plantas de tabaco.
Podían asomar tablas por fuera del correor, sobre todo en la parte de más a norte, donde se posaban las macetas fundamentalmente para ganar luz y también para que no se pudrieran las tablas del correor con el agua de regar. Estas tablas me aseguran que no reciben nombre. Aquí puse una de ellas, de Puentenansa, aunque muy desarrollada (no es frecuente que lo estén tanto).
Esta foto que pongo a continuación, y otras muchas que tengo en distintas carpetas del ordenador (pero que me y os ahorro), es una anomalía. Queda bonito, sí, pero no es lo que era, es otra cosa (que también vale, claro que sí). No solían dejar que medraran flores en los corrales (el espacio que está delante del portal). No se dejaba aunque solo fuese porque los corrales solían estar cubiertos de antozañu, nuestro compost autóctono, que otro día explicaré.
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