Situaos en el portal de una casa montañesa mirando hacia la fachada: la puerta está flanqueada por dos ventanas.
La de la derecha es la ventana de un cuartu que en origen era el cuartu del portal y que hoy es un cuartu al que se accede desde el patiu o astragal (que es lo que queda del portal cuando la casa crece, se adelanta la fachada y el portal se cierra parcialmente, quedando el antiguo cuartu del portal dentro).
La ventana de la izquierda, por su parte, no está hecha para mirar de dentro hacia afuera. De hecho, no está hecha para mirar, sino para ver. La ventana de la izquierda se abre para iluminar la escalera. Esta ventana, su luz, la lógica que subyace en ella, es una de las claves de la arquitectura montañesa. Cada día lo veo más claro.
Las casas montañesas son muy luminosas. Es cierto que más lo serían si se abrieran al hastial, como los caseríos vascos, es decir, si no tuvieran la fachada en uno de los muros cortos, pero este aparente problema, provocado por el sometimiento de la arquitectura al urbanismo, por el del individuo o familia a la colectividad en nuestras aldeas (como en Japón y allí nadie habla de represión de la individualidad, o sí, pero dado el éxito del estilo de vida nipón se pasa por alto), no lo es tanto, este aparente problema, decía, si consideramos el diálogo que entablan casa y luz (no digo sol porque aquí, entre nosotros, hablar de sol es ponerse pedante). La casa como caja de luz. Esta ventana hecha para ver y no para mirar es clave, como decía.
No sustenta nada, la luz, pero lo condiciona todo. Qué manera es ésta de estar. Qué arquitectura es ésta.
De la luz en nuestras casas y de su vínculo más estrecho con nosotros, los espejos, de la necesidad de estudiar ambos elementos, ya he hablado aquí en otras ocasiones.
Apa, he escrito estas líneas pensando en tu nueva casa vieja.
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