sábado, 7 de noviembre de 2015

Por la chimenea arriba

Correpoco corre más desde que las obras de ampliación de la carretera descalzaron el monte donde se asienta. La iglesia presenta un artesonado con pintura barroca popular sin parangón. Se está viniendo abajo. Por las grietas del suelo asoman restos humanos. La llave ya no la tiene ningún vecino, solo el cura, y no la presta. Dicen los vecinos que el obispado la está dejando caer. Al obispado le basta con una pequeña ermita que hay en el barrio de abajo. Son pocas almas, las del pueblo, como para prestarles más atención.

Los socialistas de hace dos legislaturas añadieron fuera de presupuesto dos plantas sótano al edificio en obras del hospital Valdecilla. Al excavar se descalzó el monte por el que asoma Cazoña, que empezó a venirse encima. Hubo que reforzar la estructura del hospital. Los constructores encantados: más dinero. Y los políticos.

La inclinación de los tejados de las casas montañesas responde a la carga de nieve que tienen que soportar. No digo la que pueden porque pueden la que tienen que soportar. Un motivo más para hablar de arquitectura inteligente. En Bárcena Mayor hay una casa reformada a la que se le está corriendo el tejado con riesgo de que se venga entero al suelo por culpa de la fantasía de su nuevo propietario y vecino de fin de semana: no nieva tanto, no hay que inclinarlo tanto.

El arquitecto Ruiz de la Riva en su estudio sobre el pueblo de Cos, cerca de Cabezón de la Sal, apunta la posibilidad de que la inclinación de los tejados la marque el monte, que los tejados repliquen las laderas.

Cuando tienes la tremenda suerte de poder contemplar desde arriba un hayedo o robledal, como ocurre desde La Serna, el pueblo más alto de Valderredible, te das cuenta de que la masa forestal es uniforme. No hay estridencias. Se suceden las laderas como ondas. Un amigo de Carmona aprecia de su pueblo la uniformidad de los tejados. Lo dice moviendo la mano como quien acaricia el lomo de un animal. Es parte de la estética campesina que intenta aprehender Marc Badal en su libro Vidas a la intemperie.

Raquel y yo comentábamos el otro día el hecho de que los caseros del País Vasco se llamen a sí mismos, en su lengua, baserritarrak, palabra que contiene la raíz monte, bosque. Lo veníamos comentando dando un paseo por el monte Hijedo mientras imaginábamos, nosotros que estamos buscando nueva casa de alquiler, a un recién casado buscando un roble lo suficientemente alto y robusto como para obtener de él el cumbre o viga cimera de su nuevo hogar.

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