Hace mil años, viviendo en Madrid, tuve la oportunidad de que Francisco Umbral me dedicara Un ser de lejanías, que es un libro fantástico, pero de camino a la librería cambié de rumbo solo para sentir que decidía algo: llevaba ya una carrera encima y estaba a punto de terminar otra, con la carga de exámenes que eso conlleva, tanto pasar por el aro, y me dije que no, que por aquella vez perdería el tiempo.
No recuerdo lo que hice en lugar de lo que quería hacer. Pero sí de lo que no hice, la dedicatoria, y quizá solo por eso, por el recuerdo que me ha quedado, mereció la pena no hacerlo.
Estaba el otro día echando un ojo a los libros de segunda mano de RETO en Corbán cuando vi un libro autoeditado a principios de los ochenta por una poetisa cántabra de la que no recuerdo el nombre, lo siento, con una de las portadas más potentes que se haya hecho nunca. Es de Xesús Vázquez, con obra en el Reina Sofía (y en una fachada de Camilo Alonso Vega y en un portal de la C/ Castilla, entre otras localizaciones santanderinas) y actualmente contratado por Lafuente para sus libros, la portada. Aparece un maizal saturado de color. Este libro lo conocía de verlo en casa de Isaac Cuende. Era también una de sus portadas favoritas. En todos los pocos libros que he hecho se halla su rastro. Lo encontré, por fin, pero, fatalidad, no tenía un duro en los bolsillos. Pasados unos días, cuando pude sacar un rato, volví y lo compré, por un euro. Repasando entonces las estanterías, date, encuentro una primera edición de Mis placeras y mis días, de Francisco Umbral, que compro, otro euro. Y ya en casa reparo que hay en la página de respeto una firma: la del autor.
Francisco Umbral, así, sin dedicatoria, porque el autor nunca dedicaba sus libros.
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