"Todas las tardes hay en Madrid un gran cóctel que se celebra a la vez en muchos sitios en varias salas, en casi todos los hoteles. Todas las tardes, a partir de las siete, o a partir de las ocho, se encienden las luces de un salón, de todos los salones, y van llegando las damas hispanoamericanas, los hombres de negocios del Oriente Medio (...) la vieja señora de los millones, el caballero influyente (...) Es como el abrirse de los lotos en el estanque ese abrirse de los cócteles de cada tarde en la superficie de la ciudad, con velas rojas encendidas y un candelabro que ha perdido su pareja y unas menudencias de embutido y tortilla que van en las bandejas como si todas aquellas personas hubiesen pedido, de pronto, que les sirviesen las sobras de la despensa (...) la comida de los criados, y solo el whisky y el caviar, con su perfume, con su prestigio, traicionan esa falsa apariencia de provisionalidad y pobretería, de cosa montada con cuatro perras para salir del paso; el juego es así más excitante y esta toma de contacto del paladar con los sencillos manjares del pueblo ayuda a sentirse conocedor y vencedor de todas las clases sociales, gustador de todas las formas de vida, de modo que si uno ha elegido el confort y el lujo es solo por eso, por capricho de la elección, ya que las otras vidas siguen vigentes y barajadas dentro de la vida fastuosa que uno lleva. Es de buen tono esa vuelta continua a los gustos del pueblo que se ensaya cada tarde sirviendo el vino tinto junto al champán y el Vega Sicilia, haciendo que naveguen todos juntos en una misma bandeja (...) es de buen tono servir vino tinto y tortilla de patata a los cónsules y las estrellas, como sería una broma siniestra invitar con ese vino y esa tortilla a unos albañiles, a quienes solo se puede invitar decentemente a pasteles, porque con esa patata y ese tinto elegantes se está dando por supuesto que ninguno de los presentes tiene el vino y la tortilla como fórmula vital y que aquello puede representar una pequeña aventura gastronómica, y se está dando por supuesto, asimismo, que nadie, entre los asistentes al cóctel, ha tenido nunca nada que ver, ni en su infancia ni a lo largo de su vida, con la tortilla de patata, pues lo contrario sería enfrentarle con sus humildes orígenes, con sus vergonzosos principios, y esto no puede hacerse entre gente bien educada."
De Travesía de Madrid (Destino, 1966), Umbral, pp. 193-4.
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