Los seles no necesitan marcas visibles en el territorio.
Están: lo sabe el ganado, lo saben los vaqueros, y es suficiente.
La lógica de los seles me la explicó un familiar cabuérnigo hace no mucho, pero la he olvidado, aunque no del todo: era algo así como que las vacas que nacen en el monte tienden a volver, cuando tienen que hacerlo (por ejemplo al caer la noche), al lugar donde maman por primera vez, que es para cada cabaña el mismo sitio siempre.
Esto es de cuando Bob Dylan no sabía a qué casa volver:
En Sejos los seles no están delimitados, pero están. Cuando se pierda la memoria de los seles, como me ha ocurrido a mí, cuando ya nadie suba o cuando ya no haya vacas que nazcan arriba, los seles ni siquiera desaparecerán.
Nuestra cultura es así. Nuestra cultura está desapareciendo así.
El otro día fuí en autobús al Hospital de Liencres. Sabía que había una parada en mi calle, pero no exactamente dónde. No está marcada. Tuve que ir preguntando. Terminé esperando junto a otros frente a una casa verde, antigua. Entonces me fijé en que la tapa de la alcantarilla era del año 36, de cuando el alcalde piqueta, que llamaban, que hoy recordamos, si acaso se le recuerda, por todo lo que tiró, como el Convento de San Francisco, que estaba pegado al ayuntamiento, pero que también intentó implantar un urbanismo racionalista del que esta tapa, y la infraestructura que lleva por dentro, es buena prueba:
Todo esto me lo ha traído a la cabeza un correo de la unión de editoriales universitarias que acabo de recibir con información, entre otros, de este libro:
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