"Bajábamos de Mogrovejo con una tarde de otoño plácida y tibia (...) Más veloces que nosotros, bajando por las veredas, nos alcanzaron dos muchachos como de trece a quince años; saludaron, y mi guía les preguntó:
- ¿Vais a Santo Toribio?
- Allá vamos - dijeron, y continuaron su carrera.
Pocos pasos habíamos andado, cuando otra pareja semejante nos cruzó el paso, y saludaron cortésmente.
- ¿Adónde vais? - preguntó mi curioso compañero.
- A Santo Toribio - respondieron los chicos sin detenerse, y pasando adelante.
Adelante íbamos nosotros cuando emparejamos con otro par de mozuelos, que también iban a Santo Toribio, y alzando los ojos vi por diversas partes y senderos altos y bajos, de dos en dos, o de cuatro en cuatro, o de seis en seis, alegrando el paisaje, con un caminar regocijado y vivo, número razonable de muchachos.
- ¿Qué es esto? - pregunté a mi compañero.
- Esto es la vez de Santo Toribio. ¿Va, que no sabe usted lo que es la vez de Santo Toribio?
- Por mi fe, que lo ignoro.
- Pues es costumbre inmemorial, nacida de un voto antiguo o promesa de Liébana, enviar dos hombres de cada uno de sus lugares a hacer oración en la iglesia del Santo determinado día de la semana. Turnan por veces los valles, y hoy, por lo visto, es la vez del Val-de-Baró, que es este que atravesamos."
Amós de Escalante, en la edición de sus obras escogidas de 1956, pp. 491-2, en origen en Costas y Montañas (1871).
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