"La casa en que vivía Pepín no era un palacio, pero de tal se podía calificar comparada con la de Pancho, pues si los muebles de la habitación de éste estaban reducidos a un catre, dos sillas, una mesita y un cofre, la de Pepín tenía: una cama de caoba barnizada, en la cabecera una estampa toscamente dibujada y que sería imposible conocer la efigie que representaba si no fuese por dos descomunales llaves, hechas con papel de plomo, accesorios propios del portero mayor de la gloria y patrono de los del gremio de Pepín; debajo del cuadro, una pila, o más bien pilón, que así se puede llamar por sus descomunales dimensiones, y ocupando el lugar del bendito líquido, un ramo de laurel viejo, como todos los trastos de aquella casa. El comedor y la sala estaban mejor amueblados pues a aquel no le faltaban media docena de sillas de paja, ni una mesa de pino donde muy holgadamente pudieran quitar el hambre una docena de personas, y un armario en el que, entre fuentes y platos, había suficientes para servir a los comensales que en sus anchas bandas pudiera recibir la mesa; en la sala ya había desplegado mayor gusto la anciana madre del joven; ocupaban el centro de la pieza un velador con tapete de gancho y, artísticamente colocados en él, dos tomos del Año Cristiano y un álbum de fotografías que, por un aparato de relojería, se oía al abrirlo una piececita de música; a la izquierda, una cómoda adornada con hermosos floreros y un cuadro de la Virgen del Carmen y en las paredes laterales cuadros representando marinas, que debieron costar un dineral; aunque no fuese más que por el añil empleado en su confección, añádase a esto media docena de sillas de rejilla, y tendremos retratada en un dos por tres la casa del novio de Conchuca."
Juan Fernández, en "Miseriucas" publicado en el número 14 del año 1902 de La Hormiga y recuperado por Ramón Villegas para el excelente Cuentos de costa, puerto y mar (Cantabria Tradicional, 2009).
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