domingo, 11 de septiembre de 2022

Diez de septiembre, sábado al mediodía

Cada vez que comemos en su casa, y solemos hacerlo bien en la salita, que en ocasiones así hace las veces de comedor, o bien en la cocina, cada vez, decía, por ser un sitio en cualquier caso cerrado, me hago la prueba.

Por eso llegué tarde, por tener que esperar el resultado o quizá mejor decir por no haber previsto los plazos con suficiente antelación. Será porque a medida que bajan los casos la prueba se va haciendo menos perentoria y voy perdiendo costumbre.

Me retrasé pero aun así llegué antes que mi hermano. Haciendo tiempo en el salón - almendras no que la sal me hace daño, mejor avellanas pero guarda para después, para el café de la sobremesa - mi madre me invita a probar una silla nueva que ha puesto en el balcón, pero hace calor, así que solo me asomo, la veo y asiento.

Enseguida mi madre me pone al día de las plantas del balcón y sin solución de continuidad pasa a las de Sopeña, deteniéndose en el otro día, que resulta que estaba revisando una planta a la que algo estaba comiendo las hojas cuando da la vuelta a una y descubre una oruga. 

Se posa entonces una mariposa. 

La espanté, dice.

Entra mi hermano por la puerta y saluda "¡cifu!", que es como mi sobrina decía cuando quería silbar y no sabía, fingiendo.

La mariposa era blanca.

¿Pero ya es tiempo?, pregunto.

Sí, responde, aunque con este calor no sé.

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