Me topé subiendo por las escaleras a una señoruca que metían en camilla a un ascensor, el camillero enguantado y con mascarilla además de con peto de un solo uso, consumida toda, la señora, restos de permanente en la cabeza, con los brazos saliendo de debajo de la sábana que apenas abultaba, delgados y secos, aferrándose con las manos blancas de prietas a las barras protectoras laterales de la camilla, musitando, mirando hacia delante, el camillero detrás, sola.
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