La señora se baña en Rosamunda, le gustan las aguas abiertas. También marisquear. Llama cámbaros a las nécoras. Caza pulpos con gazas que le hace el marido con cables de frenos de bicicleta. Los peces que pesca, que son sobre todo porredanos y durdos, los come el marido. A ella le encanta cocinar al horno. El marido come este pescado de roca con pan por las espinas. Es soldador jubilado. Es él el encargado de comprar el pescado en el mercado. Pero las indicaciones se las da su mujer. Que los ojos estén blancos, las agallas lo contrario, rojas, que la piel brille y que el cuerpo no esté aplastado.
Para pescar jargos la mar no puede estar bella porque es un pez muy listo que te ve. También adivina si la esquila está muerta. Por eso hay que poner dos cruzadas como si estuvieran copulando, asegura el marido. Es así como se pescan jargos.
También se pescan con arpón, desde abajo. Esperas a que pasen por arriba y les disparas.
Un chico se metió a la mar por la parte de La Loma, por donde las vacas, hoy hay yeguas, añade la señora. Se metió a pulmón a por jargos, para luego venderlos. Era la fiesta de despedida del instituto y no tenía dinero para pagarla. Se metió para esperar y le dio la pájara, se adormeció y se ahogó, concluye el marido. Hay muchas pausas largas entre frase y frase. No preguntamos si conocían al chico.
Sabían dónde estaba. Fueron a por él antes de que se lo llevaran las corrientes. Cuando lo encontraron los peces que tenía en la red atada a la cintura estaban vivos.
En la transcripción hay selección para que el texto quede homogéneo y llegue mejor. En el fondo es todo artificio. Otros temas que se trataron fueron el reparto de roles hombre/mujer con una posición muy crítica por parte de la mujer y el desprecio a los pijos que en lugar de decir esquilas dicen quisquillas.
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