Había un torbellino de gaviotas extrañamente silenciosas encima de un edifico del centro
un edificio de ladrillo ennegrecido por la contaminación que expele el túnel de la C/ Burgos
miré alrededor y pese a que la calle estaba llena de gente no encontré a nadie a quien preguntar.
Oona de la novela Años de fuga de Plinio Apuleyo Mendoza (en la novela Un hombre en la oscuridad de Paul Auster, quizá la mejor suya, aparece otra Oona. No sé si Oona será nombre común) se me hace en su representación idéntica a la imagen que tengo de la actriz Cate Blanchett.
Es un restaurante familiar donde la mejor mesa es la que suelen utilizar sus hijos para todo, para estudiar, para jugar, por eso que a la hora de comer la despejen como puedan y te la ofrezcan con una sonrisa, las bicicletas apoyadas contra la pared, los patines en el suelo y boca arriba para no rodar, el balón que rueda inevitablemente, lo mismo que los rotuladores.
Ponen el mantel blanco de papel como quien pone la sábana al hacer la cama.
Raquel y yo cuando doblamos la ropa de cama y juntamos las esquinas nos damos un beso mientras se tocan nuestros dedos.
Las jornadas que ha montado la Universidad de Cantabria en el Parlamento de Cantabria tituladas brañas, pastos, paisajes y hablas tienen muy mala pinta. La Universidad de Cantabria y su empatía ya proverbial. En particular repele la última parte, la del habla, a manos de Jaime Peña Arce. Yo creo que no se pueden dar más vueltas, ni quedar más en ridículo, para seguir con la matraca de que el cántabro es castellano mal hablado.
Todavía hoy es el día en que estoy en casa en zapatillas y cuando salgo me pongo las albarcas. En la puerta estarán de la última vez, nos dice mi madre, que no las metí dentro, aclara.
Llegamos nosotros antes.
La fortaleza del roble
dice mi madre
no está en el tronco
sino en la hoja:
que a una que caiga
le siga otra;
esa y no otra es
la fortaleza del roble.
