Cabaña de pastor en Urbia (Guipúzcoa), año 1932.
En otras ocasiones hemos expuesto que no sabemos cómo eran las casas anteriores al 1500. Una de las hipótesis que se manejan es que fueran como libros posados abiertos boca abajo. De esta tipología sobrevivirían entre nosotros, si bien a duras penas, dos miembros de la familia: los
horros montañeses (también los hórreos leoneses y de otras geografías) a dos aguas (un ejemplo fantástico en Casar de Periedo, sin protección, si es que este hórreo no se trata en realidad de una casa misma) y los
chozos de pastor.
Dos tipos constructivos, entonces, que podríamos caracterizar como marginales (el hórreo perdió sentido frente al desarrollo del
soberáu y el
chozu de pastor se emplaza en la última capa, la más remota, de la cebolla que es el modelo territorial cántabro) y es por eso que han llegado hasta nosotros, porque se mantuvieron al margen de modas: de la recepción de la arquitectura culta italiana que derivó en la casa montañesa canónica, que es la opinión mayoritaria, o la que se defiende aquí, que es el desarrollo endógeno de la arquitectura local anterior al 1500 promovido por, por ejemplo, Juan de Herrera, en cuyos cubos yo al menos no puedo dejar de ver la proyección del
cuadru autóctono, que también se podría explicar como la culturalización (acorde con la acontecida en otros países y territorios, en algunos casos por mediación de profesionales cántabros) de la tradición constructiva cántabra.
Sabemos que los pasiegos eran pastores extensivos que decidieron precisamente en torno al 1500 no volver a su núcleo, Espinosa de los Monteros, sino bajar hacia el mar y especializarse en productos lácteos derivados (una suerte de protocapitalismo). Su condición pastoril queda patente (además de en la toponimia, cuajada de
seles) en las cabañas pasiegas, que son
chozos de pastor reconvertidos (en Castromorca quedan los restos de un
chozu de pastor que no llegó a pasar por esta reconversión intensivista). Es por este motivo que las cabañas pasiegas pueden ser consideradas herederas de la familia anterior al 1500, la de los libros puestos boca abajo que decíamos al principio.
El caserío vasco también empalmaría con esta familia. Los vascos dicen que sus caseríos son resultado de la influencia de carpiteros góticos del norte de Europa, pero parece que tienen mejor encaje en este tipo constructivo previo a la piedra (protagonismo de la madera) del 1500.
En resumen,
horros montañeses a dos aguas,
chozos de pastor y, en segunda vuelta, cabañas pasiegas y caseríos vascos. La casa montañesa no sabemos de dónde viene aunque yo creo que es una evolución no evidente (o no tanto como, por ejemplo, la del caserío vasco) de esta misma familia, pudiendo deberse esta aparente desconexión a una evolución que pudo ser anterior al resto impulsada por algún tipo de proceso territorial que desconocemos (y del que podrían darnos pistas la convivencia de barrios orgánicos y calles, por ejemplo, o la coexistencia de casas aisladas germen de hileras por aditamento de adosados e hileras levantadas de una sola vez, hileras que parecen responder a un patrón definido que puede apreciarse en Jismana de Cabuérniga o en el pueblo de Mar), evolución que además pudo verse influida posteriormente por patrones arquitectónicos cultos desarrollados por sagas de canteros locales profesionalizados.
En la foto que encabeza esta entrada aparece una cabaña de pastor guipuzcoana que empalma claramente con nuestros
chozos de pastor. Otro miembro más, pues, de la familia: las cabañas de pastor guipuzcoanas, que no sé si están estudiadas o si tan siquiera quedan. Seguro que hay más ejemplos a lo largo y ancho de todo el Cantábrico.
Creo urgente e importante estudiar nuestros
chozos de pastor: materiales empleados, orientación, proceso constructivo, mantenimiento, distribución de espacios, etc. Si no ya
chozos en pie, sí queda gente que sabe cómo construirlos y lo que es vivir dentro. Repito, es urgente e importante.