Desde luego. Conocí a un tipo, un conductor de camión petrolero, que me recogió hacia la medianoche, en Houston, Texas, después que un majadero que era dueño de un motel elegante, de un motel que, muy en su punto, se llamaba Albergue del Dandy, me pusiera en la calle y me dijera que, si no encontraba coche, durmiera al fresco. Esperé, pues, una hora en la desierta carretera. Y he aquí que llegó ese camión, con un cherokee al volante. Me recogió, me dijo que se llamaba Johnson, Ally Reynolds o no recuerdo cómo y comenzó a hablar poco más o menos así: "Bien, muchacho, yo dejé la cabaña de mamita antes de que tú pudieras oler el río y vine al oeste para conducir como un loco por los campos petrolíferos de Texas..." Y a partir de aquí, fue una charla rítmica que abordaba todos los temas y seguía el compás de las aceleraciones, frenazos y cambios de velocidad del vehículo. Si este avanzaba sin tropiezos a más de cien kilómetros por hora, también el relato discurría con magnífica soltura. ¡Eso es lo que yo llamo poesía!".
De Los vagabundos del Dharma (Losada, 1978) de Jack Kerouac, p. 71.
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