Los fines de semana acostumbro sacar algún hueco para venir al trabajo y hacer movimientos de fondos bibliográficos. Del almacén de la fase tres al del sótano del pabellón veintinuo, de aquí a la hemeroteca..., los itinerarios son muchos. Utilizo cestas con ruedas prestadas por los celadores o las que llaman jaulas, que son más estrechas y altas. El fondo tal y como lo heredé estaba totalmente desencajado cuando no perdido. Poco a poco lo voy recomponiendo. No por gusto, sino porque no creo que haya nadie más dispuesto a hacerlo en las actuales condiciones. Vengo en fin de semana para no molestar a los usuarios ni en los pasillos.
Volvía hace escasos minutos del almacén de la fase tres con una cesta llena de revistas alemanas anteriores a la segunda guerra mundial cuando me he cruzado con tres personas de visita a un pariente, probablemente en intensivos, que iban hablando de algo que hacía referencia a "La Albaricia".
Como ya he comentado en entradas anteriores, defiendo que La Albericia santanderina viene no de las albricias que decía Gerardo Diego, sino de la albariza cántabra, que yo traduciría como turbera.
La primera vez que oí esta palabra estaba con unos vecinos de Cosío viendo los restos de los barracones de los esclavos del franquismo que construyeron el canal del Salto del Nansa y pasamos por lo que identificaron como una albariza que un acompañante (que no compañero), ambientólogo por la Universidad de León, identificó sin dudarlo como turbera. Por eso lo digo.
"La Albaricia" que acabo de escuchar se encuentra aún más cerca de la albariza viva que el topónimo oficial.
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