Estábamos hablando de la ropa
que una vecina de Colindres, de la casa de los maestros, utilizaba las camas del cuarto donde estaba el balcón para dejarla encima, el mismo cuarto donde colocaron el ordenador, el primero que llegó probablemente al pueblo
(esa historia de la recepción de las nuevas tecnologías a nuestros pueblos está todavía por escribir)
mal visto, lo de la ropa y también que los hijos apenas salieran, y es verdad, desde que entró el ordenador a ellos apenas se les veía
y que cuando mi hermano y yo éramos pequeños mis padres hacían lo mismo en la casa del pueblo, la de toda la familia, con la otra cama del cuarto que ellos ocupaban
unas camas altas en cuyos largueros había agujeros para meter las manos y hespir la hoja de panoja del jergón
toda la ropa arreglada encima, porque no había armarios
se excusa mi madre, y es cierto, en esa casa sigue sin haberlos.
Habla entonces de cuando se casaron y compraron "el castellano"
el armario que han partido en dos recientemente
para repartirlo entre mi hermano y yo el día de mañana
(no nos gusta a ninguno de los dos)
No es tanto el estilo:
uno de esos muebles con tornos y figuras geométricas labradas a gubia de Cabezón de la Sal, no sé si los seguirán haciendo
(me acuerdo de la cara de sorpresa, si no de decepción, de mi madre pasando en tren por creo que era Villaverde, en Madrid, donde las vías se encuentran flanqueadas por fábricas de muebles)
con precedentes en juchas antiguas como las que se conservan en el Palacio de Caja Cantabria en Santillana del Mar, de cuatro siglos
o las camas que dicen de Correpocu
no tanto, decía, como la propia noción de armario: "el castellano"
y digo entonces que hay ahora quien afirma que en Cantabria nunca se habló de Castilla como si fuera otra tierra y mi madre me mira extrañada, raro
que no tenemos forma de defendernos con las mismas armas que los agresores porque las armas son de los agresores, por ejemplo medios de comunicación o cátedras, armas que no tenían por qué serlo pero que lo son y las han hecho suyas, y que, lógicamente, no van a prestárnoslas, porque no es que nos estén retando, ni siquiera a un duelo desigual, es que nos agreden, que es muy diferente, sigo
que no esperan que nos defendamos sino someternos, simplemente.
Ponlo, dice mi madre.
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