Fíjate si no se pasaría hambre entonces, que a mi madre le traían de cría higos secos de Reyes, en Ampuero. Era una de esas tardes que no terminan de levantar ni nosotros de sobremesa en el salón.
Nada a mi tía cabuérniga, respondo yo, le decían que por la nieve. La última vez me lo contó llorando. Ahora no creo que sea capaz.
¿De llorar?
No, de llorar sí: de acordarse.
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